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.[ Dimensiones paralelas ].

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Soledades
Qué bien me suena tu nombre y qué pena me causa tu presencia.
Soledad.
Hay quien, afortunado, la busca; los más, la temen tanto como a la misma muerte.
Soledad.
Capaz de colarse en el alma aun estando rodeados de una multitud; compañía incansable de éste, nuestro viaje por la vida. Ha sabido ser feliz quien de ella ha hecho su refugio; triste, taciturno y temeroso quien largo tiempo la padece sin querer su compañía.


Soledades hay muchas; no hay quien no sepa de ellas. No hay quien no la tema aunque consiga engañarla o confundirla con amores, amigos, tareas, ocupaciones y toda suerte de conjuras más o menos venturosas.
Un niño puede sentirse solo ante la distancia entre sus padres. Un adolescente es, por definición, presa fácil de la soledad si no consigue sentirse aceptado por el grupo. A un joven, agraciado por un momento vital irrepetible, poco ha de pesarle la soledad. Un adulto sabe que en cualquier momento puede abrirle la puerta a tan temible visita. Del anciano se convierte en inseparable compañía.


Qué extraña, desapacible y fría es la soledad que se siente cuando un amor te abandona. Nadie ni nada consigue llenar ese hiriente vacío. Cuánto miedo a quedarse solo tiene alguien que se ha quedado sin pareja; a no volver a encontrar a quien le haga sentir tan acompañados como con la persona que se fue.
Qué sentimiento tan universal, tan espontáneo, inevitable y hasta previsible éste. Yo lo he sentido y ahora lo sufro, a veces, con desesperanza, a pesar de tener a mi alrededor gente que me quiere, me compaña, me entretiene e incluso me desea, me siento sola.


Dijeron, en el siglo XX, que la soledad era la peste de la sociedad occidental. Me temo que continúa siéndolo en el siglo XXI, en el que se trata incluso como un problema psicológico que cursa con síntomas como ansiedad, tristeza o depresión.
Hay quienes son más propensos a padecerla porque, de alguna manera, son menos diestros en las relaciones familiares, sociales o de pareja. En cada caso, las causas son íntimas y personales.

Hay soledades crónicas y soledades temporales, como las de quien se pasa la semana rodeado de gente, sin un momento libre para sí mismos, y el fin de semana se sienten completamente solos.
Creo que todos padecemos de forma intermitente a lo largo de nuestra vida este tipo de soledad.
Recuerdo especialmente varios amargos momentos de soledad en mi vida. La mayoría de ellos se han dado siendo adolescente y, tras esperar cientos de planes para el fin de semana, el temido domingo se abalanzaba sobre mí sin nadie con quien compartirlo. Profundos y desoladores, aun siendo pasajeros, los he sentido tras la ruptura de una relación, cuando el teléfono me castigaba sin sonar, mis amigas no podían hacer planes o ningún chico se interesaba por mí.


Internet se ha convertido en la gran caja de pandora de las soledades. Miles, millones de personas me atrevería a decir, han sustituido la compañía de la TV por la de una pantalla con la que sí se puede interactuar, hablar (escribirse), conocer a gente y mantener "pseudo" relaciones personales que, en muchos felices casos, se materializan en el plano real. Las agencias de contactos triunfan y proliferan en la Red reuniendo almas solitarias.


Como todo el mundo, temo a la soledad, aunque a veces, la busco, la necesito.


¿Queréis hablarme de vuestras soledades?


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